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Viernes, 26 de abril
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Animales y estaño

Mi padre nos había insistido en que teníamos que ir a ver al abuelo Tarkune, que se estaba haciendo mayor y preguntaba mucho por sus dos únicos nietos varones. Así es que un día de otoño nos fuimos al poblado del jefe Tarkune.

Tu eres Turkene, y tu eres Dubaku. Tenéis que venir a verme más a menudo. Este es un poblado más grande que el vuestro. Tenemos caballos, bueyes, vacas, muchas ovejas, cerdos, cabras y conejos enjaulados.

Estaño  

Yo quiero que esto sea vuestro a mi muerte. Tenéis que aprender bien a tirar con arco, a lanzar la jabalina, a montar a caballo. Hay que saber defenderse de un ataque y, si es preciso, atacar con furia a los enemigos. Esto es el futuro. Tenéis que conocer bien las madrigueras de los animales y dominar el secreto de la fundición de la piedra verde y la piedra azul, como sabe tu padre. Esto es el futuro."Sí, abuelo". Dije yo con voz asustada. Quiero que empecéis en vuestro poblado a criar ganado y os voy a regalar 10 ovejas, 2 caballos, 2 vacas y algunas cabras. Y quiero que os ocupéis, cuando seáis mayores, de las obras de mi sepultura. Dadle a vuestro padre esta cesta de un mineral raro que procede de la tierra por donde vienen los patos salvajes. Creo que le dicen estaño. Que averigüe lo que se pueda hacer con él.

Volvimos al poblado de Abgena muy contentos y fuimos alojando a todos los animales que nos había regalado el jefe Turkene, padre de nuestra madre. Mi padre miró el cesto con las piedras de estaño y lo guardo hasta que tuviera tiempo de ocuparse de los pedruscos, no sin mascullar algo sobre la tacañería del jefe Turkene.

Jabalies  

La temporada del tiempo frío la repartíamos entre la caza, la pesca, y la fundición de metales. Sin necesidad de irnos muy lejos podíamos cazar con una cierta facilidad a los jabalís. Este bicho era muy peligroso por su ataque rápido y agresivo. Había que estar muy atentos a las embestidas, que podían provocar serias heridas. Cinco o seis cazadores eran necesarios para hacerse con la pieza, pero era un gran trofeo y facilitaba la comida de muchos días.

Había también cabras montesas y muchos ciervos que eran rápidos y veloces y te olían a distancia. No nos metimos nunca con los toros salvajes ni con los pocos osos que vivaqueaban por la sierra. Las piezas más habituales eran los conejos, que cazábamos con trampas, ayudados de hurones que entraban en las madrigueras, los asustaban y nosotros los atrapábamos a la salida del túnel. Con las aves usábamos las redes y también las anzieras, una especie de arco con un palillo en la punta del cual se ponía un insecto. Cuando el pájaro se apoyaba en el palillo, se disparaba y quedaba atrapado. En muchas ocasiones fuimos a las orillas del gran río Baetis, donde podíamos atrapar ranas y pescar con anzuelos muchas especies de peces que comíamos asados.

La fundición de metales era el gran empeño de mi padre. Mi hermano y yo preparábamos el horno de fundición para el que había que acarrear mucha leña de los alrededores. Esto llevaba su tiempo y no se hacía en un rato. Mi padre, entre tanto, preparaba los moldes de fundición, según los instrumentos que queríamos hacer. Los gurruños de cobre que habíamos traído de la tierra del Sol Poniente se volvían a derretir, se refinaban y se vertían despacio en los moldes. Cuando se había enfriado la colada, abríamos los moldes y aparecían como por arte de magia cuchillos, puntas de flechas, de lanza, leznas, agujas, hachas, sierras, filos de guadañas, exvotos y figurillas de ofrenda a los espíritus de las plantas, de los animales del bosque, de los animales del poblado, de las aguas.

En no pocas ocasiones aprovechábamos el calor del horno de fundición para cocer barro: platos, ollas, vasijas para el agua, vasos y tazas, que con el continuo uso se rompían y había que reponerlos. Un día, cuando el tiempo del calor empezó a asomar suavemente y el frío del ambiente se debilitaba, mi padre machacó las piedras de estaño que le había regalado el jefe Turkene e hizo varios experimentos hasta llegar a fundirlas.

  Cerámica

Probó, en varias ocasiones y a distinta temperatura, ligarlas con el cobre fundido. La aleación resultante era un metal considerablemente más duro que el cobre: el bronce. Este descubrimiento lo mantuvo en secreto y solamente se lo dijo al jefe Turkene, quien, a partir de ahora, fue facilitándole a mi padre las piedras de estaño. Mucho más tarde me enteraría que este mineral venía de las Casitérides, que quedan muy lejanas, en la ruta de los patos salvajes. Mi abuelo tenía un buen olfato para entrever los cambios que se avecinaban en el tiempo.

 

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