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Sábado, 20 de abril
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En busca de la piedra verde

Aquel verano, después de recoger la cosecha de trigo y de cebada como hacían habitualmente nuestras mujeres en el poblado de Abgena, mi padre nos dijo a los varones de la familia que iríamos a conseguir cobre a las tierras por donde vuelan las cigüeñas y los patos salvajes. El estaba convencido de que en esta ocasión encontraríamos buenas vetas de cobre reluciente, que completarían nuestra economía.

Todos sabíamos que otros pueblos de los alrededores, especialmente el poblado del jefe Kurkune [Valencina], enviaban a la sierra cuadrillas de prospectores en busca de la piedra verde y la piedra azul [malaquita y azurita], que los hombres del pueblo de las Grandes Pirámides utilizaban para proteger y embellecer el contorno de sus ojos y para hacer preciosos collares que los negociantes orientales de allende los mares pagaban bien. Pero también todos sabíamos que estas piedras de colores se utilizaban en los ritos funerarios, pintarrajeando al difunto para preservarlo de la definitiva destrucción eterna. En cualquier caso las piedras verdes o las azules eran un buen negocio.

Mi padre era un buen observador y se había dado cuenta que las piedras verdes se presentaban siempre unidas a vetas de gossan, un óxido de hierro según supimos más tarde, que al fundirlo liberaba el cobre puro. El tenía una corazonada y quería ver si daba resultado lo que bullía en su cabeza.

  Malaquita

Con este propósito, formamos una cuadrilla con dos tíos míos, mi hermano Dubeku y otros amigos del poblado de Abgena, que está muy cerca del gran río Baetis y a dos pasos de las tierras del jefe Kurkune, mi abuelo materno, ya que mi madre fue comprada por mi padre en una de las muchas concentraciones de la tribu y yo heredé el nombre de mi abuelo al nacer.

"No te vayas a olvidar, Kurkune, -me dijo mi padre- de los cestos, correíllas para los martillos de triturar, hachas, cuñas de maderas, flechas, venablos y trampas para la caza; que yo me ocuparé de las viandas para los primeros días de trabajo en la sierra y de las demás cosas necesarias para la defensa del grupo, porque hay mucho ladrón suelto que pueden asaltarnos y robarnos el cobre que consigamos".

Hice caso a mi padre y preparamos lo necesario para los trabajos de explotación de los minerales de cobre y una mañana de comienzos del verano nos pusimos en camino a la sierra del país del Sol Poniente, a donde llegamos en dos jornadas. Establecimos el campamento base con un sombrajo hecho de ramajos que nos resguardaba de la intemperie nocturna y del calor del veranos en las horas de descanso. Por precaución vigilamos los alrededores y vimos que había un grupo pequeño del poblado del jefe Kurkune y otro de Alixar, buenos vecinos de los que no debíamos temer nada. En los alrededores buscamos todos los afloramientos brillantes del color del cobre, verdes o azules, observabamos la abundancia de caza y localizamos las fuentes de agua. En muy pocos días pudimos advertir que en la zona del campamento había abundantes ciervos, cabras, jabalíes, muchos conejos e incluso podíamos topar con un oso despistado y había que quitarse de su alcance, porque es un animal peligroso.

Azurita  

Durante dos lunas nuevas estuvimos dedicados a buscar mineral de cobre, y mi padre obsesionado con encontrar las vetas de piedra verde y piedra azul. El trabajo era pesado de sol a sol, machacando mineral y trasportándolo al campamento base. Estos pedruscos eran triturados sobre una piedra plana, a la que habíamos hecho unos huecos poco profundos, para que el mineral no se esparciera.Cuando teníamos cantidad suficiente de mineral triturado empezábamos a fundirlo.

El horno de fundición era un simple hoyo en la tierra, revestido de pizarras, donde se mezclaba el mineral triturado, el fundente y la leña. Para darle más viveza a la fundición hicimos unos fuelles de pellejo de una cabra que cazamos un día. Cuando se enfriaba la fundición había que triturar las escorias para separar los gurruños de cobre. Cuando regresáramos al poblado de Abgena podríamos volver a fundir este cobre y con moldes apropiados hacer puñales, puntas de flechas, hachas y objetos funerarios que vendíamos en los alrededores o a los comerciantes orientales. También podíamos vender o cambiar los gurruños de cobre bruto tal como habían salido de este horno improvisado en la sierra.

La cabra que cazamos nos permitió darnos una buena comida en varios días y salir del dichoso conejo. Mi padre era el que con su experiencia de cazador nos aportaba los suministros de agua y de comida, que no podían ser muy variados. Aunque todos teníamos práctica sobrada en las correrías de caza, ahora no convenía distraer la atención del trabajo del cobre.

Mi padre tuvo suerte y encontró algunas vetas de piedra verde y azul que con tanta ilusión había estado buscando. Usamos los trozos más vistosos afilándolos para hacer cuentas de collares y los residuos los machacamos para hacer polvo verde y azul. Los comerciantes que traficaban con los hombres del país de las Grandes Pirámides nos lo pagarían bien.Los días se acortaban y bandadas de patos salvajes que volaban al país de allende el mar nos anunciaban que deberíamos abandonar el campamento hasta que el sol, pasados muchos días, volviera a estar radiante en lo alto del cielo. Mi padre dio la orden de levantar el campamento, recoger los chismes y guardar el cobre fundido, los colorantes y las cuentas de collares logrados con el trabajo de este verano en la sierra el país del Sol Poniente.

  Malaquitas

En la vuelta al poblado tuvimos suerte y pudimos cazar un ciervo que se cruzó en nuestro camino. Las mujeres y los pequeños que dejamos en el poblado de Abgena nos recibieron alborozados; no habían probado carne desde hacía ya dos lunas nuevas. Y ya era hora.

 

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