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Viernes, 27 de diciembre
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Los comerciantes del mar

Aquel verano decidimos en el poblado de Abgena, siguiendo una vieja costumbre que se remontaba a nuestros abuelos, caminar hacia el norte en busca de metales. Ya hacía mucho tiempo que habían muerto nuestros padres y había otra generación que había aprendido gran parte de las enseñanzas que nos transmitieron nuestros mayores.Cobre Mis hijos y mis sobrinos, Dubaku, yo y una cuadrilla de gente del poblado de Abgena marchamos a la tierra del Sol Poniente para trabajar el cobre. Sabíamos que las cosas habían cambiado mucho en la sierra de Onnuba [Huelva] y que las explotaciones libres del mineral eran raras, especialmente desde que cuadrillas organizadas de mineros pagadas por tirios, sidonios, samios y foceos habían introducido sistemas de extracción de metal más rentable que los que nosotros empleábamos durante los veranos. También nos enteramos que los comerciantes del mar empleaban a esclavos en la explotación del cobre en las galerías subterráneas. De esta manera obtenían grandes cantidades de cobre, estaño, bronce, oro y plata.

Los comerciantes púnicos [fenicios] ya hacía tiempo, nos dijeron, que se habían instalado en la costa sur del Mar Interior [Mediterráneo] y habían fundado asentamientos importantes, como Gades, Malacca, Abdera, Sexi [Cádiz, Málaga, Adra, Almuñecar] y otros puntos de la costa, además de la lejana isla de Ebbusus [Ibiza]. Ahora tenían una importante relación comercial con los tartesios que se ramificaban en numerosos poblados en la tierra del Sol Poniente.Gallinas Los hombres de las ciudades de Tiros, Biblos y Sidón recorrían todo el Mar Interior, siguiendo la costa, en dirección a las tierras del Sol Naciente, donde cambiaban metales, maderas, sal, cueros, salazones, granos, animales y orfebrería por tejidos de calidad, esclavos, perfumes, cerámicas funerarias, armas.

Lo que empezaba a interesarnos más de estos avispados comerciantes orientales era -según nos fuimos enterando- que, de sus múltiples contactos por todas las tierras del Mar Interior, conocían bien técnicas agrícolas para sacar mejor rendimientos a los sembrados, sabían de nuevos animales domésticos que nos podrían ser de gran utilidad, como era el caso del burro, la gallina, y de plantas de gran utilidad como el olivo, la vid, el torno de alfarero, todos ellos desconocidos para nosotros. Y hay algo que, de momento, no le dimos importancia: sabían leer, escribir y calcular.

También nos dijeron en aquel alucinante verano que los samios y foceos, griegos de las islas cercanas a las costas de Asia Menor, frecuentaban a los tartesios con los que mantenían relacionesGuerrero Celta comerciales intensas, como lo hacían los fenicios. El rey Argantonios de los tartesios, ya desaparecido hacía muchos años, había valorado muy positivamente la capacidad artesanal, comercial, práctica de la guerra naval con los temibles trirremes de estos griegos y había sopesado su empleo como flota mercenaria de guerra ante la posibilidad de un ataque de otros pueblos, cosa que no debería descartarse nunca en razón de lo atractivo que eran los metales. En aquel verano, que siempre recordaremos, conocimos a otros individuos que se llaman celtas o celtíberos, que venían de las tierras del norte y que eran guerreros mercenarios a las órdenes de los tartesios. Usaban escudos, lanzas falóricas de bronce, espadas falcatas de hierro y eran gentes habituadas al combate. Volvimos a casa por el camino de la tierra de los tartesios, uno que venía de la tierra de Onnuba a Hispalis [de Huelva a Sevilla]. Nuestras familias se quedaron pasmados cuando nos vieron llegar con la cara iluminada, pero sin una pizca de cobre y sin una pieza de caza. Tardaron mucho en entender lo que había pasado.

En los años siguientes no nos podíamos quitar de la cabeza todas las cosas que nos habían contado en aquel extraño verano en que supimos de un mundo desconocido para nosotros hasta ahora. Nuestras correrías en dirección al Gran Río nos permitió conocer el poblado Barco Fenicioturdetano de Hispalis que se había edificado en un cabezo alargado. Hasta allí podían llegar, remontando el río sin dificultad, las naves de los comerciantes del mar. Hasta Hispalis llegaron las mercancías de los fenicios: estuches, peines, muebles de marfil, guarniciones para los caballos, jarritas de plata y bronce, recipientes de alabastro, perfumes, telas estampadas y otros objetos de lujo, pero nosotros estábamos interesados en conseguir plantones de olivos y cepas de viñas, burras, gallinas, sal, carros. Estas cosas nuevas irían entrando poco a poco en las tierras del poblado de Abgena.

El año había sido bueno. Habíamos tenidos buenas cosechas, lasDiosa Astarté hembras de nuestro rebaño habían parido sin dificultad, al igual que nuestras mujeres que habían traído dos hijos más al mundo y se habían solucionado algunos problemas de salud en el poblado. Mi hermano Dubaku y yo fuimos al vecino Cerro del Carambolo, donde había un pequeño santuario fenicio dedicado a la diosa Astarté, la que gobierna los astros, el amor y la fecundidad, la señora de la inmensidad del Mar. Y dejamos en su santuario una estatuilla sedente firmada con nuestros nombres y con una inscripción que dice: "A nuestra señora Astarté, pues ella escuchó la voz de sus plegarias". Recibieron la ofrenda tres sacerdotes revestidos con sus brazaletes y pectorales de oro. Después de ofrecer incienso y quemar perfumes a los dioses, guardaron cuidadosamente las joyas ceremoniales en una tinaja soterrada.

 

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