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Jueves, 26 de diciembre
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Una tumba para el jefe Turkene

El abuelo Turkene, cinco años antes de muerte, decidió preparar su sepultura. Esta era una operación compleja en la que se requería la presencia de más de 60 hombres, yuntas de bueyes, sogas, troncos redondos para el deslizamiento y otras herramientas.

Como el jefe Turkene tenía mucha influencia en la zona fue fácil conseguir que nos ayudaran los hombres disponibles de los poblados cercanos, especialmente del poblado de Abgena que éramos los más allegados. Necesitábamos grandes piedras de granito, pizarras para hacer las hileras de las paredes, tallar el altar de las ofrendas a los espíritus. Y sobre todo necesitábamos a alguien que supiera dirigir las operaciones.

  Poblado

El verano era la mejor época para estos trabajos. Así es que, después de recoger las cosechas de grano, nos encaminamos toda la cuadrilla con las yuntas, las herramientas, cinceles, cuñas, martillos y todo lo necesario para mantener el campamento que podía durar muchos días.

Las canteras de piedra granito se encontraba, tirando hacia el norte [Gerena], a media jornada; y para encontrar las pizarras teníamos un camino de dos jornadas. En la tarea de cortar las piedras de granito nos ayudábamos de grandes martillos, cuñas, cinceles y aplicación de fuego en las hendiduras. Este era un trabajo muy penoso. Pero nada tan dificultoso como arrastrar estas enormes y pesadas piedras desde la cantera hasta el lugar donde se iba a construir la tumba del jefe Turkene.

  Extrayendo la piedra

Sin los sesenta hombres, las yuntas de bueyes y los troncos rodantes hubiera sido imposible. Tardamos cinco veranos en traer las veinticinco piedras que cerraban la techumbre del corredor de la tumba. A esto debemos añadir los trabajos de desbastarlas para que tuvieran aproximadamente el mismo grosor.

En la edificación de las hileras de las paredes del corredor de la tumba trabajaban menos hombres. Esta era una tarea de precisión y requería experiencia de construcción. Cuando estuvieron rematadas las hileras de las paredes se cubrió todo de tierra y se hicieron unas rampas para arrastrar las piedras con la ayuda de yuntas y ajustarlas en el lugar en el que deberían quedar. La cúpula se hizo aproximando hileras y cubriéndola de una piedra grande. Cuando las grandes piedras estuvieron encima del corredor cubierto de tierra, fuimos descubriendo y apuntalando los grandes bloques con gruesas vigas. Lo que siguió era sencillo: desapuntalar para que los grandes bloques descansaran en las paredes del corredor.

Dolmen La Pastora  

Rematamos la construcción con una cúpula, que se hizo aproximando las hiladas de las paredes y crubiéndola de una gran losa de piedra. Metimos hasta el fondo de la tumba una piedra cincelada, de poca altura y con reborde, que habría de servir de altar de las ofrendas. El abuelo Turkene se gastó una parte importante de sus bienes en la terminación de su sepultura, que estaba destinada a asegurar en piedra una comunicación firme entre el cielo y el mundo subterráneo. Era una forma de garantizar que entrara en el regazo de la gran Diosa Madre. Y con este ánimo trabajábamos todos. Las tareas anuales para la construcción de la sepultura del abuelo Turkene terminaban con unos espléndidos banquetes que duraban varios días.

Se sacrificaban a los espíritus de los difuntos bueyes, terneros, cerdos, cabritos y se bebía cerveza en cantidad. Así los trabajadores guardarían un buen recuerdo de los trabajos realizados en la sepultura del jefe Turkene y todos quedábamos en el compromiso de volver al verano siguiente y de ayudar en las tareas de edificar sepulturas a los difuntos.

Los trabajos penosos, sin embargo, que implicaba la construcción con grandes piedras se fundamentaba en un fe robusta que había calado muy hondo en todos los que labrábamos la tierra. La sepultura del abuelo Turkene defendería su alma para el más allá, pero al mismo tiempo aseguraba la eternidad para los que la estábamos construyendo. Las edificaciones en piedra consolidan el vínculo entre vivos y muertos, y perpetúan las virtudes mágicas de sus constructores, beneficiosas para la fecundidad de los hombres, el ganado y los campos.

  Dolmen Matarrubilla

El jefe Turkene murió un día de primavera antes de que el sol, que todo lo ve, alcanzara el día de su punto más alto en el cielo [21-junio]. Lavamos y embadurnamos su cuerpo con ocre para preservarlo de la corrupción y lo vestimos con sus mejores galas. Lo trasladamos en procesión a su Casa de Piedra para que él se convirtiera en una piedra indestructible y eterna. El hechicero, como en otras ocasiones, recitó la lista de sus antepasados y le incluyó a él como el hombre que espera que su nombre fuera recordado en piedra.

Hachas  

Lo enterramos junto a una de las paredes, cerca de la cúpula que cierra la Casa de Piedra, después de haber ofrecido a los espíritus el sacrificio de una oveja. Numerosos objetos fueron enterrados con él para que le sirviera de ayuda en el más allá: cuchillos de sílex, punzones, leznas de cobre, plaquitas de oro, brazaletes, cuencos e incluso un colmillo de elefante, que el abuelo había comprado en alguna ocasión a comerciantes del sur. Mi hermano Dubaku y yo depositamos un puñal de bronce que mi padre había fundido para esta ocasión en recuerdo del interés que el abuelo tenía por la experimentación con los nuevos metales. No nos olvidamos de colocar en su tumba el amuleto que le había protegido toda la vida: el dios Sol, que todo lo ve con sus enormes ojos abiertos, esculpido en una plaquita de pizarra negra.

Ídolo  

Cuando terminó todo el ceremonial empleamos algunos días en cerrar la tumba, dejando un pequeño agujero para que el espíritu del jefe Turkene se comunicara con los vivos en sus visitas al poblado desde la tierra del misterio. Todos trabajamos en este tiempo amontonando tierra para formar un gran túmulo sobre la Casa de Piedra del Jefe Turkene. Durante estos días en que rematamos el túmulo celebramos banquetes en memoria de los espíritus de los hombres que quieren ser recordados en piedra. Estuvimos a punto de comernos todo el ganado del difunto en estos sacrificios a los antepasados, así es que, aunque mi hermano Dubaku y yo éramos los herederos del jefe Turkene, poca cosa pudimos llevar al poblado de Abgena. Así eran las cosas en estos tiempos.

 

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