Gines, a 1 de
junio de 2007
El profesor no
es quien te dice lo que espera de ti,
sino quien
despierta tus propias expectativas
La noche del
pasado jueves 31 de mayo me reencontré con el instituto El Majuelo.
Probablemente también me encontré a mí misma en un contexto diferente pero
que, de alguna forma, mantiene la esencia que lo hace tan especial. En mi
cabeza se agolpaban sentimientos contradictorios que estuvieron a punto de
empujarme hacia el escenario para poder expresar aquello que nunca dije. Entre
la gente, intentaba distinguir las caras de mis compañeros: Juanfran, Auri,
Patri, Alberto, Rosa, Lorena, Miryam, Rocío, Jose... Y lo único que encontré
fueron ojos brillantes de emoción. Emoción de padres satisfechos por su deber
cumplido; emoción de profesores que un año más han sabido dejar su huella;
emoción de todos por empezar un nuevo ciclo.
En lo que os
cuento hay algo que no casa. Ni Juanfran, ni Auri, ni Patri, ni Alberto, ni
Rosa, ni Lorena, ni Miryam... se encontraban entre las gentes. Casi sin poder
creerlo, han pasado siete años desde que nosotros, nuestra promoción mágica
(1997 - 2000), celebrábamos el final del curso, el final de una etapa
inolvidable que estoy convencida nos ha hecho diferentes al resto. Por contra,
participaban del acto otros chicos y chicas en los que no podía evitar verme
reflejada y querer encontrar a los míos, sus miradas cómplices en los ojos de
entonces. Pero las caras eran otras, y los ojos, y las sonrisas...
Se dijeron muchas
cosas muy bonitas a lo largo de la noche. Por los protagonistas, quienes creo
aún no son conscientes de lo que dejan atrás, y por nuestros entrañables
profesores. Y utilizo el determinante posesivo en el sentido más literal de la
palabra, porque son propiedad de nuestras vidas, siempre estarán presentes en
nuestros recuerdos. Verlos a ellos me recordó quién fui, quién quise ser y en
qué me he convertido.
Cuando oía hablar
a Miguel Cerro, aproveché para observar lo que ocurría a mi alrededor. Había
gestos contenidos, otros abstraídos, muchos cuchicheaban y otros reían... En
ese momento hubiera gritado al mundo que aquellas palabras no las olvidarían
jamás; que, con el paso de los años, ese sentimiento contradictorio de alegría
y tristeza -que es melancolía- les obligaría a regresar para descubrir la
integridad de ese microcosmos en el que pasamos muchas horas de nuestras
vidas.
Hoy, siete años
después, me reconozco en las palabras de Miguel. Soy una alumna que se dejó en
el tintero muchos agradecimientos que dar y muchas disculpas por pedir.
Probablemente no hubiera llegado a ser quien soy si Guillermina, Isabel,
Rosario y Mª Dolores no hubieran fomentado en mí el amor por las letras; o si
Alfredo no me hubiera ayudado a descubrir que las matemáticas pueden llegar a
ser increíbles; o si José Luis Montiel o Antonio Izquierdo no me hubieran
hecho viajar en el tiempo. No sería yo sin la ternura de Isabel Gallardo, a
veces más amiga y madre que profesora; o sin la perspicacia de Paco Mota, que
potenció mi curiosidad por las cosas. Y qué decir de Martina, Elisabeth, José
Manuel, Lidia, con quienes descubrí los entresijos de los idiomas que abren
puertas al mundo. O de Mª Ángeles Liñán y Maribel, con quienes viajé a las
culturas clásicas. En fin, se me quedan muchos otros nombres atrás, que no
significa que no formen parte de este capítulo de mi historia.
También, como
dijo Mª Dolores en su entrañable discurso de despedida, me niego a decir un
adiós. No puedo, no es posible. Muchas gracias a todos los que hicisteis que
siempre quisiera volver.
Hasta siempre.
María Montiel
Pérez
Promoción 1997 -
2000
Bachillerato
Ciencias Sociales